miércoles, 25 de abril de 2012

Una decision que habia que tomar

Ni sus pesadillas más perturbadoras le habían preparado
para ver a su familia asesinada ante sus propios ojos. ¿Cómo podía seguir viviendo con el
horror de haber visto a otro niño llevar las ropas de su hijo porque éste estaba muerto como
resultado de una de aquellas «duchas»?
De algún modo, se las arregló para seguir viviendo. Un buen día, miró la pesadilla que
le rodeaba y se enfrentó a una verdad insoslayable: si se quedaba allí un solo día más, se
hallaba destinado a morir. Tomó la decisión de escapar, y supo que la evasión tenía que
producirse inmediatamente. No sabía cómo, sólo sabía que tenía que hacerla. Llevaba
semanas preguntando a los otros prisioneros: « ¿Cómo podemos escapar de este lugar
horrible?» Las respuestas que recibía siempre parecían ser las mismas: «No seas estúpido -le
decían-o No hay forma de escapar de aquí. Hacer esas preguntas no hará más que torturar tu
alma. Limítate a trabajar duro y a rezar para sobrevivir». Pero él no pudo aceptar esa
respuesta; no estaba dispuesto a aceptarla. Llegó a sentirse obsesionado por la idea de escapar,
y aunque sus preguntas no parecían tener ningún sentido, siguió preguntándose una y otra
vez: « ¿Qué puedo hacer? Tiene que haber una forma. ¿Cómo puedo salir de aquí hoy mismo,
sano y salvo?»
En la Biblia se dice: < Pedid y se os dará». Y por alguna razón, ese mismo día
encontró una respuesta. Quizá fue la intensidad con que se hizo la pregunta, o su sentido de la
certidumbre de que «ahora ha llegado el momento». O posiblemente sólo fue el impacto de
enfocar continuamente la atención sobre la respuesta a una pregunta que le quemaba. Fuera
cual fuese la razón, el poder gigantesco de la mente y el espíritu humanos consiguió despertar
a este hombre. La respuesta le llegó a través de una fuente improbable: el olor nauseabundo
de la carne humana corrompida. Allí, a sólo unos pocos pasos de distancia de donde realizaba
su trabajo, observó un enorme montón de cuerpos que habían sido amontonados en la caja de
un camión: hombres, mujeres y niños que habían sido gaseados. Se les habían quitado los
empastes de oro, todo aquello que poseían, cualquier joya, y hasta las ropas.
En lugar de preguntarse: « ¿Cómo pueden los nazis ser tan despreciables, tan
 destructivos? ¿Cómo puede Dios haber permitido algo tan maligno? ¿Por qué me ha hecho
Dios esto?», Stanislav Lec se hizo una pregunta diferente. Se preguntó: « ¿Cómo puedo
utilizar esto para escapar?» Y obtuvo instantáneamente la respuesta.
Al acercarse el final del día y cuando el grupo de trabajo se disponía a regresar hacia
los barracones, Lec se ocultó detrás del camión. Se quitó las ropas en un santiamén y se
metió, desnudo, entre el montón de cuerpos, sin que nadie le viera. Aparentó estar muerto y
permaneció totalmente quieto, a pesar de que más tarde estuvo a punto de ser aplastado
cuando el montón de cuerpos cayó sobre él. El olor fétido de la carne corrompida y los rígidos
restos de los muertos le rodeaban por todas partes. Esperó y esperó, confiando en que nadie se
diera cuenta de que había un cuerpo vivo en aquel montón de muertos, confiando en que el
camión emprendería su marcha tarde o temprano.


Finalmente, oyó el ruido del motor al ponerse en marcha. Sintió el estremecimiento de
la caja del camión. Y en un momento experimentó un atisbo de esperanza mientras yacía allí,
entre los muertos. Al cabo de un rato, el camión se detuvo y descargó su fantasmal
cargamento de docenas de muertos y un hombre que aparentaba ser uno de ellos, dejándolo
caer sobre una fosa gigantesca abierta en el exterior del campo. Lec permaneció allí durante
horas, hasta que cayó la noche. Cuando estuvo finalmente seguro de que no había nadie por
los alrededores, salió de entre la montaña de cadáveres y recorrió desnudo sesenta kilómetros,
hasta la libertad.
¿Cuál fue la diferencia entre Stanislav Lec y los muchos otros que perecieron en los
campos de concentración? Aunque, desde luego, hubo numerosos factores, una diferencia
crítica fue que él se planteó una pregunta diferente. Se la hizo persistentemente, con la
expectativa de encontrar una respuesta, y su cerebro halló una solución que le salvó la vida.
Las preguntas que se hizo a sí mismo aquel día, en Auschwltz, le indujeron a tomar decisiones
en una fracción de segundo, lo que condujo a acciones que impactaron su destino de forma
muy significativa. Pero, antes de encontrar la respuesta, tuvo que tomar decisiones, y para
emprender aquellas acciones, tuvo que hacerse las preguntas correctas.


Despertando al Gigante Interior Anthony Robbins

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